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Defensas contra la infección

Revisado/Modificado Modificado feb 2020
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Las barreras físicas y el sistema inmunitario defienden al cuerpo del animal frente a los microorganismos que pueden causar enfermedades. Las barreras físicas incluyen los revestimientos externos como la piel, el pelo, las plumas y las escamas. Las barreras adicionales incluyen las membranas mucosas, las lágrimas, la cera del oído, el moco y el ácido del estómago. Además, el flujo normal de orina elimina los microorganismos que han entrado en las vías urinarias. El sistema inmunitario se basa en los glóbulos blancos y los anticuerpos para identificar y eliminar los microorganismos que logran atravesar las barreras físicas.

Barreras físicas

A menos que estén dañadas (por una lesión, una picadura de insecto o una quemadura, por ejemplo), las cubiertas externas de un animal suelen evitar la invasión por microorganismos. Otras barreras físicas eficaces son las membranas mucosas, como las que recubren la boca, la nariz y los párpados. Generalmente, estas membranas están cubiertas de secreciones que combaten a los microorganismos. Por ejemplo, las membranas mucosas de los ojos están bañadas en lágrimas, que contienen una enzima que ataca a las bacterias y ayuda a proteger los ojos de las infecciones.

Las vías respiratorias filtran las partículas que están presentes en el aire que se inhala. Las paredes de los conductos nasales y las vías respiratorias están cubiertas de moco. Los microorganismos en el aire se adhieren al moco, que se tose o se expulsa por la nariz. La eliminación de la mucosidad se ve favorecida por el batir coordinado de unas diminutas proyecciones, parecidas a pelos, llamadas cilios, que recubren las vías respiratorias. Las células ciliadas arrastran el moco en dirección ascendente por las vías respiratorias, hacia fuera de los pulmones.

El tracto digestivo tiene una serie de barreras eficaces, que incluyen el ácido del estómago, las enzimas pancreáticas, la bilis y las secreciones intestinales. Además, existen microorganismos beneficiosos (conocidos como flora residente o microbiota intestinal) que residen en los intestinos y ayudan al sistema inmunitario a resistir las infecciones. Las contracciones del intestino y el desprendimiento normal de células, que recubren el intestino, ayudan a eliminar los microorganismos dañinos.

En el tracto urinario, la orina pasa a través de la uretra (una estructura tubular) cuando sale del cuerpo. En los machos adultos, la longitud de la uretra suele impedir que las bacterias pasen a través de ella para llegar a la vejiga. En las hembras, la uretra es más corta y las bacterias que están fuera del cuerpo pueden pasar más fácilmente a la vejiga. El efecto de lavado, cuando la vejiga se vacía, es un mecanismo de defensa activo en ambos sexos. La vagina está protegida de los microorganismos nocivos por su entorno normalmente ácido.

La sangre

Otra forma en la que el cuerpo se defiende contra las infecciones es aumentando la cantidad de ciertos tipos de glóbulos blancos (neutrófilos y monocitos) que rodean y destruyen a los microorganismos invasores. El número de neutrófilos y monocitos puede aumentar en varias horas, ya que los depósitos de reserva de glóbulos blancos pueden liberarse rápidamente de la médula ósea. El número de neutrófilos en la sangre aumenta primero. Si la infección persiste, la cantidad de monocitos aumenta. El número de eosinófilos, otro tipo de glóbulos blancos, aumenta en las reacciones alérgicas y en muchas infestaciones parasitarias, pero, por lo general, no en las bacterianas.

Inflamación

Cualquier lesión, incluida la invasión por microorganismos, da lugar a una reacción compleja en el área afectada, llamada inflamación. La inflamación se desarrolla como resultado de muchas afecciones diferentes y comienza con la liberación de diferentes sustancias del tejido dañado. A continuación, dirige las defensas del organismo para que ataquen y eliminen cualquier organismo invasor, eliminen el tejido muerto y dañado, y comiencen el proceso de reparación. Sin embargo, la inflamación por sí sola puede no ser capaz de vencer a un gran número de microorganismos.

Durante la inflamación, el riego sanguíneo también aumenta. Esto puede observarse en un área infectada cerca de la superficie del cuerpo, que se pone roja y caliente. Las paredes de los vasos sanguíneos se vuelven más porosas, permitiendo de este modo que el líquido y los glóbulos blancos (leucocitos) pasen al tejido afectado. El aumento de líquido causa la inflamación tisular. Los glóbulos blancos (neutrófilos) atacan a los microorganismos invasores y liberan sustancias que continúan el proceso de inflamación. Otras sustancias desencadenan la coagulación en los diminutos vasos sanguíneos de la zona inflamada, lo que inhibe la difusión de los microorganismos y sus toxinas. Muchas de las sustancias liberadas durante la inflamación estimulan los nervios, lo que causa dolor, que puede ser difícil de reconocer en los animales ( ver Introducción al tratamiento del dolor). Las reacciones a las sustancias liberadas durante la inflamación incluyen fiebre y rigidez muscular, que suelen acompañar a la infección.

Respuesta inmunitaria

Cuando se desarrolla una infección, el sistema inmunitario responde produciendo varias sustancias y agentes, diseñados para atacar a los microorganismos invasores específicos. Por ejemplo, el sistema inmunitario puede crear linfocitos T citotóxicos (un tipo de glóbulo blanco), que reconocen y destruyen al microorganismo invasor. En algunos casos, el sistema inmunitario también puede producir anticuerpos que son específicos del microorganismo invasor. Los anticuerpos se adhieren e inmovilizan a los microorganismos, matándolos directamente o ayudando a los neutrófilos a atacarlos y matarlos.

Fiebre

La temperatura corporal aumenta como respuesta protectora a las infecciones y lesiones. La fiebre resultante mejora los mecanismos de defensa del organismo. La temperatura corporal normal varía entre especies. Los perros y gatos, por ejemplo, tienen una temperatura corporal promedio de alrededor de 101,5 °F (38,6 °C), que es más alta que la de las personas. Los reptiles y los anfibios son de sangre fría y no mantienen una temperatura corporal estable. Por lo tanto, no pueden desarrollar una fiebre verdadera como respuesta a la infección. (A veces, buscan lugares inusualmente cálidos, desarrollando lo que se conoce como fiebre conductual, para realizar la misma función).

El hipotálamo, una parte del cerebro, regula la temperatura corporal. Cuando el termostato del hipotálamo se "reinicia", se produce fiebre. El organismo aumenta su temperatura desviando la sangre desde la superficie de la piel hacia el interior del cuerpo, reduciendo así la pérdida de calor. Los escalofríos se producen para aumentar la producción de calor mediante la contracción muscular. Los esfuerzos del organismo para conservar y producir calor continúan hasta que la sangre llega al hipotálamo, alcanzando la nueva temperatura más alta, que luego se mantiene. Más tarde, cuando el termostato vuelve a su nivel normal, el organismo elimina el exceso de calor a través de la sudoración (mínima o ausente, en algunos animales) y la derivación de la sangre hacia la piel.

La fiebre puede seguir un patrón: en ocasiones, la temperatura alcanza su punto máximo cada día y luego vuelve a la normalidad. Como alternativa, la temperatura puede variar pero no volver a la normalidad. Algunos animales (como los muy viejos y los muy jóvenes) pueden experimentar un descenso de la temperatura como respuesta a una infección grave.

Causas comunes de fiebre

  • Infección.

  • Cáncer.

  • Reacciones alérgicas.

  • Enfermedades autoinmunitarias.

  • Ejercicio excesivo, especialmente en tiempo cálido.

  • Ciertos fármacos, incluidos los anestésicos.

  • Daño al hipotálamo (la parte del cerebro que controla la temperatura), causado por una lesión cerebral o un tumor.

Por lo general, la fiebre es causada por una infección (p. ej., neumonía o infección de las vías urinarias) que, a menudo, puede diagnosticarse con una anamnesis, una exploración física y, en ocasiones, pruebas adicionales, como una radiografía de tórax o un análisis de orina. Sin embargo, la fiebre también puede ser el resultado de inflamación, cáncer o reacción alérgica. A veces, la causa no se puede determinar fácilmente. Si la fiebre continúa durante varios días y no tiene una causa obvia, se necesita una investigación más detallada. Las causas potenciales de esta fiebre incluyen infecciones, enfermedades causadas por anticuerpos contra los propios tejidos del animal (enfermedades autoinmunitarias) y un cáncer no detectado (especialmente leucemia o linfoma).

Su veterinario le preguntará sobre los signos y enfermedades presentes y pasadas de su mascota, los medicamentos que esté recibiendo actualmente, la posible exposición a infecciones (como haber estado en una residencia) y los viajes recientes. El patrón de la fiebre no suele ayudar con el diagnóstico. También es importante conocer si ha habido exposición a ciertos materiales o interacción con otros animales.

Se realizará una exploración física completa para buscar la fuente de infección o indicios de enfermedad. La sangre y otros líquidos corporales pueden enviarse a un laboratorio para su cultivo, con el objetivo de hacer crecer el microorganismo fuera del organismo y poder identificarlo. Se pueden realizar otros análisis de sangre para detectar anticuerpos frente a microorganismos específicos. Los aumentos en el recuento de glóbulos blancos suelen indicar infección. El recuento diferencial (la proporción de diferentes tipos de glóbulos blancos) proporciona más pistas. Un aumento de neutrófilos, por ejemplo, sugiere una infección bacteriana. Un aumento de eosinófilos sugiere la presencia de parásitos, como gusanos redondos o gusanos del corazón.

Cuando un animal tiene fiebre sostenida durante varias semanas y una investigación extensa no revela la causa, el veterinario puede referirse a ella como fiebre de origen desconocido. En estos casos, la causa puede ser una infección crónica inusual o algo distinto a una infección, como una enfermedad del tejido conectivo, cáncer o alguna otra enfermedad. Las técnicas avanzadas de diagnóstico por imagen (p. ej., ecografía, tomografía computarizada [TC] o resonancia magnética [RM]) pueden ayudar a determinar un diagnóstico. Puede ser necesario obtener una muestra de biopsia del hígado, la médula ósea u otro sitio sospechoso para su análisis.